12 junio, 2015
CIUDAD DE MÉXICO (12/JUN/2015).- El músico y compositor mexicano...
En 2014 se cumplieron 100 años del nacimiento de Julio Cortázar y el fotógrafo Hugo Passarello quiso rendirle un homenaje. El escenario de las fotos sería París, la ciudad que eligió el escritor para pasar sus últimos años, y donde vive también -desde hace cinco- el fotoperiodista argentino. Finalmente, los retratados tendrían que involucrarse en el proyecto, así como debe tomar decisiones un lector de Rayuela.
Passarello, de 33 años, lanzó una convocatoria a través de las redes sociales para encontrar a sus modelos. El único requisito era haber leído la historia de amor de Horacio y La Maga, y elegir un pasaje relacionado con la ciudad para ser retratado. “Quería saber quiénes son los que leen hoy a Cortázar, por que lo leen y por qué lo recuerdan”, explica por teléfono desde su casa en París.
Al principio pensó en hacer 9 u 11 retratos, como el número de casillas que tiene la rayuela (conocida como “avioncito” o “bebeleche” en México). Pero el interés de la gente fue mayor de lo que pensaba, y la serie comenzó a crecer hasta llegar al centenar de imágenes. Durante todo el 2014, el fotógrafo pasó sus fines de semana haciendo retratos y hablando con los lectores de Cortázar en las calles parisinas.
Entre los modelos hay artistas, músicos, escritores, académicos, bailarines, periodistas. El único que no aparece en un sitio mencionado en Rayuela es Jaime Silva, a quien Passarello invitó personalmente por haber sido un gran amigo del escritor.
Silva, un escultor de 83 años, eligió ser fotografiado de espaldas en la tumba de Cortázar, en Montparnasse: “Dada la estrecha amistad y la relación profesional entre los dos Julios, valía la pena hacer esta excepción a la regla en el reportaje”, explica Passarello.
El blanco y negro de las fotografías pretende evocar la nostalgia del París bohemio que se narra en la novela. Por cortesía del artista, se muestran a continuación algunas imágenes de la serie, acompañadas de su respectivo fragmento de Rayuela.
Marcela
“Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo”.
Ricardo
“Toc, toc.
—Despertémonos —decía Oliveira alguna que otra vez.
—Para qué —contestaba la Maga, mirando correr las péniches desde el Pont Neuf—. Toc, toc, tenés un pajarito en la cabeza. Toc, toc, te picotea todo el tiempo, quiere que le des de comer comida argentina. Toc, toc.
—Está bien —rezongaba Oliveira—. No meconfundás con Rocamadour. Vamos a acabar hablándole en glíglico al almacenero o a la portera, se va a armar un lío espantoso…”
Luisa
“Y mientras alguien como siempre explica alguna cosa, yo no sé por qué estoy en el café, en todos los cafés, en el Elephant & Castle, en el Dupont Barbès, en el Sacher, en el Pedrocchi, en el Gijón, en el Greco, en el Café de la Paix, en el Café Mozart, en el Florian, en el Capoulade, en Les Deux Magots, en el bar que saca las sillas a la plaza del Colleone, en el café Dante a cincuenta metros de la tumba de los Escalígeros y la cara como quemada por las lágrimas de Santa María Egipcíaca en un sarcófago rosa, en el café frente a la Giudecca, con ancianas marquesas empobrecidas que beben un té minucioso y alargado con falsos embajadores polvorientos, en el Jandilla, en el Floccos, en el Cluny, en el Richmond de Suipacha, en El Olmo, en la Closerie des Lilas, en el Stéphane (que está en la rue Mallarmé), en el Tokio (que está en Chivilcoy), en el café Au Chien qui Fume, en el Opern Café, en el Dôme, en el Café du Vieux Port, en los cafés de cualquier lado…”
Nicolás
“Vagando por el Quai des Célestins piso unas hojas secas y cuando la levanto y la miro bien, la veo llena de ‘polvo de oro viejo'”.
María
“…y en mitad de la alegría sentirse triste y sucio, con la piel cansada y los ojos legañosos, oliendo a noche sin sueño, a ausencia culpable, a falta de distancia para comprender si había hecho bien todo lo que había estado haciendo o no haciendo esos días, oyendo el hipo de la Maga, los golpes en el techo, aguantando la lluvia helada en la cara, el amanecer sobre el Pont Marie….”
Maru
“París, una tarjeta postal con un dibujo de Klee al lado de un espejo sucio. La Maga había aparecido una tarde en la rue du Cherche-Midi, cuando subía a mi pieza de la rue de la Tombe Issoire traía siempre una flor, una tarjeta Klee o Miró, y si no tenía dinero elegía una hoja de plátano en el parque.”
Claude
“Aquí había sido primero como una sangría, un vapuleo de uso interno, una necesidad de sentir el estúpido pasaporte de tapas azules en el bolsillo del saco, la llave del hotel bien segura en el clavo del tablero. El miedo, la ignorancia, el deslumbramiento: Esto se llama así, eso se pide así, ahora esa mujer va a sonreír, más allá de esa calle empieza el Jardin des Plantes. París, una tarjeta postal con un dibujo de Klee al lado de un espejo sucio”.
Raphael
“Cómo no asombrarse de la existencia de Mme. Sanson, Médium-Tarots, prédict. étonnantes, 23 rue Hermel (sobre todo porque Hermel, que a lo mejor había sido un zoólogo, tenía nombre de alquimista)…”
Rubén
“Y mientras alguien como siempre explica alguna cosa, yo no sé por qué estoy en el café, en todos los cafés, en el Elephant & Castle, en el Dupont Barbès, en el Sacher, en el Pedrocchi, en el Gijón, en el Greco, en el Café de la Paix, en el Café Mozart, en el Florian, en el Capoulade, en Les Deux Magots, en el bar que saca las sillas a la plaza del Colleone, en el café Dante a cincuenta metros de la tumba de los Escalígeros y la cara como quemada por las lágrimas de Santa María Egipcíaca en un sarcófago rosa, en el café frente a la Giudecca, con ancianas marquesas empobrecidas que beben un té minucioso y alargado con falsos embajadores polvorientos, en el Jandilla, en el Floccos, en el Cluny, en el Richmond de Suipacha, en El Olmo, en la Closerie des Lilas, en el Stéphane (que está en la rue Mallarmé), en el Tokio (que está en Chivilcoy), en el café Au Chien qui Fume, en el Opern Café, en el Dôme, en el Café du Vieux Port, en los cafés de cualquier lado…”
Julio
¿Por qué este lugar?: “Es un lugar que frecuento cuando la nostalgia se ampara de mis recuerdos”, Julio Silva.
Para ver otras imágenes de la serie visite la página del proyecto.
Twitter @EuCoppel
FUENTE: Milenio