24 agosto, 2015
CIUDAD DE MÉXICO (23/AGO/2015).- Desde las conchas, chilindrinas, orejas,...
El fotográfo francés, de quien se exhibe una retrospectiva en Bellas Artes, fue también cineasta, artista surrealista, fotorreportero, empresario, activista, viajero y dibujante.
Dicen que a Henri Cartier-Bresson le gustaba jugar con su nombre y cambiarlo. Durante el tiempo que pasó en Japón, se hacía llamar Hank Carter, y en otra época firmaba sus fotografías bajo el nombre de Henri Cartier. Más tarde fue reconocido simplemente por sus iniciales, HBC, y al final de su vida firmaba las cartas como “En rit Ca-Bré”, un juego de palabras con las primeras sílabas de su nombre que en francés significa “se ríe encabritado”.
Esto lo cuenta el curador Chéroux Clément en el catálogo de 400 páginas editado por el Centro Pompidou y la Fundación Mapfre, las instituciones que antes albergaron la exposición retrospectiva del artista que hoy se expone en el Palacio de Bellas Artes.
Desde el inicio del recorrido fotográfico se advierte que Cartier-Bresson no era uno sino muchos. Sus imágenes en blanco y negro no solo proponen un viaje por algunos de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XX, sino que muestran, también, las distintas facetas del artista: siempre fotógrafo, pero también cineasta, artista surrealista, fotorreportero, empresario, activista, viajero y dibujante.
El flânuer paciente
Una de las imágenes que mejor definen aquello del “instante decisivo” en la obra de Cartier Bresson es Detrás de la estación de Saint-Lazare, hecha en París en 1932. Si el fotógrafo hubiera pulsado el obturador un segundo antes, o uno después, no habría logrado una composición tan perfecta.
Fotografías como esa hacen pensar en el tiempo que tuvo que pasar Cartier-Bresson deambulando por la ciudad, como el típico flâneur, o paseante de las calles de París. “Caminaba todo el día, con el espíritu en tensión, buscando en las calles tomar en vivo fotos como flagrantes delitos”, escribió el fotógrafo en la introducción de uno de sus libros (Images a la Sauvette, 1952).
En varias entrevistas -citadas en el catálogo de la exposición- Cartier Bresson intentó explicar su talento. Afirmaba que el azar era lo único en lo que creía; que las fotos lo tomaban a él y no a la inversa; que la suya no era tanto una habilidad como una receptividad: “El fotógrafo, con todos los sentidos alerta, debe esperar la sorpresa, ser una placa sensible”.
El cineasta militante
Durante su viaje a México, en 1934, Cartier-Bresson comenzó a interesarse por el cine, pues se dio cuenta que podía ser una herramienta más efectiva que la fotografía para transmitir sus posturas políticas de izquierda. Aprendió los fundamentos de la cámara de cine con el grupo Nykino, una cooperativa de documentalistas en Estados Unidos que se inspiraban en las ideas estéticas y políticas de los soviéticos.
De regreso en su Francia natal, y antes de rodar su primera película, Cartier-Bresson fue ayudante del cineasta Jean Renoir. Finalmente, en 1937, dirigió Victoria de la vida, una cinta sobre la Guerra Civil Española en la que se colocaba claramente del lado de los republicanos.
Al poco tiempo estalló la Segunda Guerra Mundial y Cartier-Bresson, quien participaba en la unidad de cine y fotografía de la división de infantería, fue capturado como prisionero. Cuando logró fugarse, al final de la guerra, se desplazó hacia Alemania para rodar una película sobre el regreso de los prisioneros. Se tituló El Retorno.
En el mismo viaje, el fotógrafo realizó distintas series de foto fija donde se puede ver, entre otras cosas, la desinfección con DDT a la que debían someterse las personas recién liberadas.
El surrealista
Hay una fotografía que es también un testimonio de que Cartier-Bresson perteneció plenamente al movimiento surrealista. Aunque no se exhibe en la exposición de Bellas Artes sí se encuentra en el catálogo, donde Clément Chéroux cuenta la historia de su realización:
A principios de los años 60, Cartier-Bresson volvió a las reuniones del grupo surrealista que se celebraban en un café parisino. Ese día, la portada de un periódico anunciaba: ‘Debré lanza el plan Breton’, “como si el primer ministro de la época, Michel Debré, hubiese dado un giro surrealista en su política. Se trataba de una ley a favor de los campesinos bretones pero la coincidencia era demasiado bonita para que pasara desapercibida a los jóvenes reunidos en torno a Breton”, narra el curador.
El fotógrafo capturó aquella reunión y se insertó en ella mediante su reflejo en el espejo del café.
Pero fue en sus primeros años como artista -entre 1925 y 1935- cuando Cartier-Bresson estuvo más cerca de los surrealistas, con quienes forjó su cultura política. “Al surrealismo le debo la liberación, ya que me enseñó a dejar el objetivo fotográfico remover entre los escombros del inconsciente y del azar”, reconoció Cartier-Bresson en una entrevista que ofreció a la revista Photo en 1972.
El fotorreportero
El año de 1947 fue uno de los más determinantes en la carrera de Cartier-Bresson. Por un lado, se inauguró la primera gran retrospectiva de su obra en el MoMA, en Nueva York. Y unos meses más tarde, el francés fundó la agencia Magnum junto a otros fotógrafos como David Seymour ‘Chim’ y Robert Capa.
Fue así como se volcó a la actividad de fotorreportero que ya había practicado en medios como Ce Soir y Regards. Realizó su primer gran viaje hacia la India, Cachemira y Birmania, luego de que la región se independizara del Reino Unido. Cartier-Bresson se entrevistó con Gandhi antes de su asesinato y después retrató los funerales del líder indio. Sus imágenes se publicaron en la revista Life y le dieron la vuelta al mundo.
La misma revista le encargó un fotorreportaje de China cuando Mao Zedong estaba próximo a llegar al poder. Y aunque Cartier-Bresson no logró fotografiar a los comunistas desde dentro, sí captó las tensiones de la crisis monetaria provocada por un gobierno que necesitaba financiar la guerra.
Sus simpatías con el comunismo lo llevaron también a la URSS, a donde logró entrar en 1953, después de la muerte de Stalin. Diez años más tarde repitió la hazaña en Cuba, a unos meses de la crisis de los misiles.
El dibujante
La retrospectiva de Cartier-Bresson inicia y termina con obras de pintura y dibujo. “Siempre sentí pasión por la pintura. Siendo niño, pintaba los jueves y los domingos, y soñaba con ello el resto de la semana”, recordaría el fotógrafo en otro de sus textos.
Ya en esas primeras obras se observa un interés por las líneas geométricas, que después se verá claramente en sus imágenes fotográficas. Pero Cartier-Bresson abandonó el lápiz y no lo retomó hasta la década de los años 70. Cuenta Chéroux que HBC pasaba largas horas en los museos copiando las líneas de los grandes maestros, y que en las últimas tres décadas de vida también expuso sus dibujos además de sus fotografías.
En alguna ocasión, Cartier-Bresson reflexionó sobre las diferencias entre las dos artes que más practicó durante su vida: “La fotografía, es, para mí, el impulso espontáneo correspondiente a una atención visual perpetua que capta el instante y su eternidad. El dibujo, por su parte, elabora mediante su grafología lo que nuestra consciencia ha captado de dicho instante. La fotografía es una acción inmediata; el dibujo, una meditación”.
FUENTE: Milenio