Museo Jumex alberga la obra escultórica de Calder

El crítico mexicano Juan García Ponce dijo en 1968 que Alexander Calder (1898-1976) era “el perpetuador de inesperadas formas de equilibrio que conquistan para la escultura los derechos de la danza”.

Al nieto de este escultor estadunidense, el también artista S.C. Rower, no solo le encanta la frase —sino que en entrevista con MILENIO, a propósito de la exposición Calder: derechos de la danza, que se inaugurará el 22 de marzo en el Museo Jumex de la Ciudad de México— revela que a su abuelo le encantaba bailar, por lo que la cita “es una metáfora excelente.

“Al usar la palabra danza en su texto, García Ponce convierte al movimiento en vitalidad. Calder creó una interacción entre el objeto, el observador y el entorno que tiene el poder de transformar y de transmitir un sentimiento permanente de lo sublime. Su obra ofrece la oportunidad de relacionarnos con cada objeto individual y vivir una experiencia profundamente personal y pura”, dice el también curador de la muestra, que tendrá cerca de 100 obras, entre esculturas y dibujos.

¿Cuáles son las obras más representativas de la exposición?

La muestra comienza con una presentación de las esculturas de alambre, o los objetos sin masa de estética orgánica. Éstas alcanzaron la madurez en París y fueron la primera invención reconocida de Calder. La pieza central en el Museo Jumex será un imponente retrato casi de tamaño natural: Aztec Josephine Baker (1930), que es una descripción articulada de la sensación del cabaret parisino. También podrá verse The Big Ear, pieza a gran escala creada en 1943 para la retrospectiva de Calder en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, entre otras.

¿Cómo definiría la relación de Calder con el movimiento artístico mexicano?

La escultura de mi abuelo siempre fue reconocida y celebrada por sus amigos y colegas de Latinoamérica. A partir de 1948 y por el resto de su vida, una atracción mutua lo indujo a viajar en numerosas ocasiones a México, Venezuela y Brasil. Conoció a muchos artistas e intelectuales mexicanos notables, como Rufino Tamayo, Manuel Montiel Blancas y Fernando Gamboa, entre otros, pero su amistad más cercana fue con Mathias Goeritz, quien le escribió por primera vez en 1967 preguntándole si estaba interesado en hacer una escultura para las Olimpiadas de 1968 que se celebrarían en la Ciudad de México. A finales de ese año, Calder y su esposa, Luisa, viajaron a la Ciudad de México para supervisar los trabajos de la pieza, que finalmente se llamaría El sol rojo y, durante su estancia, se hospedaron un tiempo en la casa de Goeritz. A partir de esa visita se inició una amistad entre ambos que duraría hasta el final de la vida de Calder. Ambos mantenían correspondencia afectuosa y se propusieron verse cada vez que sus caminos se cruzaran durante sus viajes. Poco después de la muerte de Calder, en noviembre de 1976, Goeritz lo recordó conmovedoramente en un tributo que publicó en la revista Obras.

¿Cuánto tiempo se quedó Calder en París y a qué grado influyó su relación con el movimiento vanguardista en su carrera?

Es importante recordar que el padre y el abuelo de Calder fueron escultores clásicos y que su madre fue pintora. Él creció rodeado por el movimiento Arts and Crafts (Artes y Artesanías) estadunidense y fue alentado a crear desde una edad muy temprana. Cuando se mudó a París, en 1926, su invención de la escultura de alambre y luego de la móvil fue radical e impresionante, aún entre sus contemporáneos vanguardistas.

¿Cómo definiría el estilo de esculpir de su abuelo?

Calder aprovechó el movimiento literal y el contexto de la cuarta dimensión en tiempo real, también conocido como experiencia del tiempo presente, y sus obras crean una manera nueva de percibir el espacio: cuando vemos un objeto en movimiento, nuestros cerebros inmediatamente piensan que estamos viendo algo vivo. Por supuesto, volvemos a la realidad rápidamente, pero durante ese primer momento en el que no sabemos qué pensar, tenemos una experiencia extraña. Esta es solo una de las numerosas maneras en las que su trabajo abrió el camino hacia las posibilidades futuras y sentó un precedente para muchos artistas contemporáneos del presente.

El trabajo de su Fundación

En los años posteriores a la muerte de Alexander Calder, en 1976, su nieto entendió que su legado requería de una administración académica e inició la Fundación Calder en 1987, en una época en la cual las fundaciones de artistas eran prácticamente inexistentes.

El objetivo era preservar la integridad de la obra a través de proyectos que incluyen colaborar en exposiciones y publicaciones, organizar y mantener los archivos; examinar las obras atribuidas a Calder y catalogar la obra del artista.

Durante los últimos años, el programa de la Fundación se ha expandido y ahora incluye sus propias exposiciones, conferencias, espectáculos y eventos sobre Calder y otros artistas contemporáneos, a quienes apoya la Fundación a través del Premio Calder (bianual) y la residencia Atelier Calder, en Saché, Francia.

FUENTE: Milenio

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